15 de noviembre de 2013

Fantasmagoria II




Los recuerdos son como voces sosegadas que llegan de un carrusel atrapado en la eternidad de la inercia y que se fusionan con su sonido oxidado que se desliza por cada rincón de mi subconsciencia como una daga en las manos hábiles del malabarista. Todos esos lugares en los que he estado alguna vez, son solo puntos geográficos que no llegan a fusionarse con mi existencia corporal tan ocasional y que ahora, son espejismos en mi mente. Estos espejismos comienzan a desaparecer poco a poco difuminándose como las luces nocturnas a través de cristales ahumados de un coche en el que hay lugar para todo menos para el amor. 


Cada nuevo día es un agujero negro en un calendario en pleno estado de descomposición. Las semanas se convierten en un laberinto de ortigas y un desnudo conduce al ciego en dirección del abismo. Espacio y silencio que devora el espacio tan sigilosamente como el movimiento de los planetas. 


Avión. Mi billete no tenía asiento asignado y me toca esperar de pie, es jodidamente más lento que esperar sentada. Un suspiro. Pensaba que era el último suspiro antes de que me quede sin palabras pero el fin del mundo no resultó ser para mí. Este avión sobre vuela ciudades ardiendo a pesar de que la última cerilla de la caja polvorienta no se encendió. Somos ceniza sobre ceniza, es sólo cuestión de tiempo. Quería ser una pluma pero soy un pájaro. Un malherido no exige que sus vendas estén limpias. Todo tiene su lado positivo. A través de las ventanillas observamos la destrucción y el caos al igual que un escritor sin pudor admira la siniestra elegancia del texto. 



Todos formamos parte del mismo reloj de arena situado en una inestable superficie. El mundo es la subordinación a la palabra, subordinación a un arma. El texto son arenas movedizas. El tiempo es el mecanismo perfecto para seres imperfectos. 









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