25 de junio de 2011

Bailarina

Público impaciente. Nervios, como siempre. Un poco de talco en las suelas de las bailarinas impecables para la ocasión. Maquillaje natural, que no resalte más de la cuenta. Ella estaba preparada: la coreografía estaba más que ensayada. Por fin, las luces se apagaron, por fin la música se apoderó de la sala. Todo esto era la excusa perfecta para soñar con los pies una vez más, como si fuera la primera vez y como si fuera la última vez, era la culminación de una larga travesía de agotador trabajo. Estaba más que decidida. Uno de los focos la seguía con total entrega, como una gaviota que acompaña al mar sereno. Entonces ella por su cuenta alzó el vuelo. Esa música funesta la sacudía de un lado a otro, sin piedad, como si fuese una barca atrapada en medio de una tormenta agonizante. Se desliza entre miradas tensas, se pierde, se encuentra y vuelve a perderse por una milésima de segundo, una milésima de segundo en otro mundo. Quiere escapar, abandonar, y a la vez seguir. Pero la cuestión es otra, la cuestión es que ella juega para ganar. Baila y sigue bailando, entregándose a todos y a la vez a nadie. No espera aplausos, no espera fama, no espera nada de nadie. Es libre de perjuicios pero perversa al mismo tiempo. Ella es libre, y libre otra vez.

Y se hace el silencio...

Y los aplausos rompieron el silencio.

23 de junio de 2011

Ellos


La lluvia se apoderó de la ciudad y las dudas atormentaban su ego.



Ellos caminaban por las calles mojadas mientras la lluvia caía en picado como si no tuviese rozamiento con el aire. Habían pasado milenios en minutos ateridos desde la última vez que se dirigieron la palabra. Recuerdos, que inundaban su mente. Por encima de sus cabezas, nubes tormentosas cobrando fuerza. En  sus cabezas, eternas tormentas que jamás amainaban. Destinos rotos y una lágrima. Fue entonces cuando ella por fin rompió el hielo. Fue entonces cuando comenzó a gritar. Gritaba que no puede más y dejaba sus lágrimas escapar, como una niña ingenua a la que se le escapa su cometa, pero ella seguía siendo una niña. Pero él no soltaba su mano y la agarraba con más fuerza. No estaba entre sus planes dejarla ir. No estaba entre sus planes rendirse.

Callejones. Y no, no tenía ni siquiera un par de monedas para una caja de cigarros barata. La histeria se mezclaba en el aire de la noche. Sin embargo, los pasos de él la acompañaban fuera a donde fuera, como algo que se convirtió en su segunda sombra. Él apretaba fuertemente sus dientes y dejaba a la lluvia definir  cada uno de sus rasgos tensos. Daba la sensación de que cada gota de lluvia era alcohol sobre heridas sin cicatrizar. En el rostro de ella el lápiz de ojos estaba corrido y el color negro mostraba la verdadera naturaleza de sus lágrimas, oscuras, oscuras de dolor. Sin demora, pidió un cigarro a un desconocido. Durante unos segundos apreció las bellas curvas que el humo caótico dibujaba en el aire húmedo nocturno. Él seguía conteniendo su furia. Ella, al contrario, gritaba otra vez y pisaba los charcos bruscamente con sus botas negras desgastando su tacón de aguja. Las gotas de lluvia cada vez caían con mayor fuerza, como si pretendiera ocultar las lágrimas de ella, como si pretendiera borrar el pasado.



Cayendo


Y es como caer,
desintegrando mis átomos a la velocidad de la luz.

Y es como no tener nada que ver
y buscar tierra donde pisar
con las yemas de los dedos de los pies
desgastadas por tantas equivocaciones.

Y es como tener el corazón vendado
y no sentir nada.
Es como tener los ojos vendados
pero no parar de buscar.

Y es como reescribir la realidad
Con un matiz más familiar
Es como perderse
pero ver que siempre estás ahí.
Es como silenciar un adiós,
como quien se va sin hacer ruido
sabiendo que algún día volverá,
para quedarse para siempre volverá.


Y caigo...



Ya puedo ver.


Desafiando este aire frío
me abro camino entre las ramas que rasgan mi desnuda piel,
hasta que la sangre humedezca la tierra quemada.


Eterno retorno y oscuridad.

Llueven meteoritos en tierras de un navegante sin mar,
aquel que nació sin piernas en un mundo sin suelo
para perderse en la lluvia y sobrevolar las nubes.