26 de julio de 2011

Esclava del placer






Anochece en el mundo de la tranquilidad y amanece en el mundo del espectáculo, mucho espectáculo.


Las tinieblas invaden dulcemente la ciudad de Nueva York. The Fifth Avenue se prepara para la noche, pero una calle en concreto esta totalmente a oscuras. Al mirar hacia arriba logra destacar una ventana abierta con una cortina que parece una alma que no para de intentar escaparse con el viento. ¿Y si se trata de una ventana a otra realidad? Nuestra curiosidad se adentra con la luz efímera de la luna por el cristal. Silencio… Paredes negras totalmente desnudas. Ella se despertó en una vida que ya no le pertenece, un lugar extraño donde el aire sólo sabe al humo amargo que enturbia su sino y que se desprende de su cigarrillo como las hojas de un calendario arrastradas al vacío a una velocidad abismal. De repente se rompe el silencio y se alumbra la intrigante oscuridad. Ella encendió la luz, una luz que se vuelve impotente al no poder alumbrar la oscuridad de su vida. Ella volverá a caer en la tentación de lo prohibido, volverá a caer en la fosa envenenada de sensaciones que agrietan las paredes tan agrietadas de su ser. Sueños rotos hechos cenizas que cobran vida en la cocaína esparcida en la mesilla de noche. Una vez más vuelve a disolver su vida en formol, un mesías que la mantiene en esta vía de atasco y la destruye paulatinamente. Su nombre quizás es lo único que nada ni nadie le ha podido arrebatar a pesar de los cambios vertiginosos del destino. Melissa abre su armario y busca su ropa o tal vez, simplemente se busca a sí misma en este viejo y roto ropero. Por fin, ya tiene todo listo: una camiseta de tirantes, una minifalda, unas botas y mucha fuerza de voluntad para retar otra noche más al éxtasis, aunque en el fondo es totalmente consciente de que su resistencia no es más que un pretexto para que su rutinaria rendición resulte ser placentera. Cubre su rostro perdido de maquillaje para disimular el miedo y siente que fue ayer cuando era una simple niña inocente más que soñaba con entrar en el mundo de Nueva York por la puerta grande, pero la realidad una vez más resulto ser otra. Melissa sólo ha logrado entrar cada noche por la puerta vieja de un local funesto, un local donde no hay cámaras impacientes por captar su asombrosa llegada con un traje recién comprado en la última pasarela, sólo hay miradas desesperadas que desnudan descaradamente su cuerpo como cuervos que se apoderan de su presa.

Sigilosamente cierra la puerta de su piso, otra noche más entre lágrimas deja su dignidad encerrada bajo llave. Empieza a bajar las escaleras. Cada escalón es un por qué sin respuesta. Cada escalón es una razón para retroceder. Cada escalón es una afirmación para la frase ya es imposible volver. El eco de cada paso en este siniestro portal hace repetir en su cabeza mil veces que sólo es cuestión de aguantar otra noche más sin saber si va a regresar. Los escalones parecen cada vez más interminables. Por fin el último escalón. Se paró y suspiró. Sólo le falta dar el último paso, sólo le falta abrir la puerta, sólo es un paso, un peligroso paso a una terrible realidad. Ya no puede más. Finalmente, con un movimiento brusco abre la puerta y se arranca el alma con el corazón y quizás algo más.


La noche cubre repentinamente sus recalcadas venas por la heroína como una cortina pesada que se cierra de golpe para ocultar melancólicamente una macabra verdad. Enciende otro cigarrillo y deja que su mirada deleznable se pierda en las fractales de nicotina y alquitrán que el humo define vagamente en el aire húmedo nocturno al compás del resonar de sus tacones por las calles de Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Sólo es cuestión de aguantar otra noche más sin saber si va a regresar.