23 de junio de 2011

Ellos


La lluvia se apoderó de la ciudad y las dudas atormentaban su ego.



Ellos caminaban por las calles mojadas mientras la lluvia caía en picado como si no tuviese rozamiento con el aire. Habían pasado milenios en minutos ateridos desde la última vez que se dirigieron la palabra. Recuerdos, que inundaban su mente. Por encima de sus cabezas, nubes tormentosas cobrando fuerza. En  sus cabezas, eternas tormentas que jamás amainaban. Destinos rotos y una lágrima. Fue entonces cuando ella por fin rompió el hielo. Fue entonces cuando comenzó a gritar. Gritaba que no puede más y dejaba sus lágrimas escapar, como una niña ingenua a la que se le escapa su cometa, pero ella seguía siendo una niña. Pero él no soltaba su mano y la agarraba con más fuerza. No estaba entre sus planes dejarla ir. No estaba entre sus planes rendirse.

Callejones. Y no, no tenía ni siquiera un par de monedas para una caja de cigarros barata. La histeria se mezclaba en el aire de la noche. Sin embargo, los pasos de él la acompañaban fuera a donde fuera, como algo que se convirtió en su segunda sombra. Él apretaba fuertemente sus dientes y dejaba a la lluvia definir  cada uno de sus rasgos tensos. Daba la sensación de que cada gota de lluvia era alcohol sobre heridas sin cicatrizar. En el rostro de ella el lápiz de ojos estaba corrido y el color negro mostraba la verdadera naturaleza de sus lágrimas, oscuras, oscuras de dolor. Sin demora, pidió un cigarro a un desconocido. Durante unos segundos apreció las bellas curvas que el humo caótico dibujaba en el aire húmedo nocturno. Él seguía conteniendo su furia. Ella, al contrario, gritaba otra vez y pisaba los charcos bruscamente con sus botas negras desgastando su tacón de aguja. Las gotas de lluvia cada vez caían con mayor fuerza, como si pretendiera ocultar las lágrimas de ella, como si pretendiera borrar el pasado.



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