15 de mayo de 2012

Inexistente


Cuando hablaba con él, su voz era tan serena como las olas que acarician la orilla sin llevarse ni una pizca de arena consigo. Sin embargo, era evidente que se trataba de aguas turbias que imposibilitan cualquier tipo de vida orgánica pero pertenecientes a un océano de profundidad abismal... y entonces quizás sí podían albergar vida. Mi vehículo era la curiosidad y mi adversario el miedo, miedo de sumergirme en esas aguas tenebrosas y que eso desencadené su huida, perdiéndole entre la oscuridad de su ser y quizás perdiéndome yo. Lo que sí tenía claro era que no podía permitirme el lujo de perderlo para siempre. Así era como con el paso de los día, hojas de un libro que pasaba sin hacer ruido, mi sensación de que él estaba al otro lado adquiría fuerza, cobrando vida ágilmente mientras me quedaba bien claro que era un lugar al que a priori todos tenían acceso denegado excepto él, una entidad consciente de la trascendencia de su decisión.



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