- ¡Mamá ya llegué! -Exclamó.
Su hijo ya estaba en casa después de merodear por la ciudad, una vez más en busca de una idea feliz, una idea tan abstractamente bella.
-Hijo, ¿Qué quieres para cenar? -Preguntó su madre.
Pero lo único que oyó como respuesta fue el estruendo de la puerta al ser cerrada de golpe, sinónimo de '' no molestar ''. En su habitación todo seguía exactamente igual como lo había dejado: papeles por el suelo y papeles sobre el escritorio junto con su libreta. Todo sigue igual de entrópico, pero jamás podrá ser comparado con con la teoría del caos que impera en su mente. Se siente en su escritorio lleno de operaciones y más operaciones prácticamente ilegibles a simple vista. Abre su libreta que nos delata que este joven piensa demasiado para la edad que tiene, o simplemente piensa demasiado. Sin más demora coge el bolígrafo y el viaje comienza, un viaje por un universo matemáticamente preciso y a su vez tan matemáticamente impredecible. Las páginas en blanco se llenan a velocidad de la luz de crónicas relatadas por un viajante en forma de sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, logoritmos, ecuaciones, matrices y todo tipo de operaciones acompañadas de dibujos enigmáticos. Tachones y aciertos. Aventuras y desaventuras. Él sabe que la verdad se encuentra detrás de los números, ¿ Pero cómo atraparla? Escribe otra ecuación. Se para, la mira, la mira fijamente como si fuera un crítico contempla una obra de arte intentando sintonizar el mensaje que esta emite.
Pasan las horas, pero no importa el tick tack del reloj cuando el tiempo es más que relativo. Ojos rojos e irritados, frustración, agonía y tanto por descifrar. Sin embargo, la solución parece estar cerca en algún lugar, y más cerca y cada vez más cerca. Tachón. Algo va mal. Otra vez tachón. Calle ciega. Fin de juego y regreso al punto de partida. En fin, se acordó de lo paradójica que puede llegar a ser la verdad y sonrió, a pesar de todo. Todo pasa factura en forma de un dolor agudo que parece hacer estallar su cabeza. Se siente obligado a dar por finalizada su búsqueda hasta nuevo aviso. Mira el reloj y retoma la noción del tiempo: 1:17 de la noche. Se asoma a la ventana de su habitación y comtempla las calles mojadas. No había escuchado como empezó ha llover. No obstante hay gente en la calle, es lo que tiene que sea sábado en una ciudad grande. Gente, gente que vive sin garabatear ecuaciones día tras día y noche tras noche, y aun así vive. Gente que habla del tiempo, amigos, familia, dinero, parejas, trabajo, alcohol, drogas, sexo e incluso a veces de amor, a veces. ¿ Por qué no es como ellos? De todos modos la respuesta no le preocupa. Hace mucho tiempo que no mantiene una conversación con alguien. No lee periódicos ni revistas que proporcionan las últimas noticias de actualidad. ¿Y qué importa? Piensa él. Presiente que ya llego la hora para empreder un arriesgado viaje sin nave y sin tripulacion una vez más. Él sabe que las personas mienten, mientras que los números nunca lo hacen.
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