Público impaciente. Nervios, como siempre. Un poco de talco en las suelas de las bailarinas impecables para la ocasión. Maquillaje natural, que no resalte más de la cuenta. Ella estaba preparada: la coreografía estaba más que ensayada. Por fin, las luces se apagaron, por fin la música se apoderó de la sala. Todo esto era la excusa perfecta para soñar con los pies una vez más, como si fuera la primera vez y como si fuera la última vez, era la culminación de una larga travesía de agotador trabajo. Estaba más que decidida. Uno de los focos la seguía con total entrega, como una gaviota que acompaña al mar sereno. Entonces ella por su cuenta alzó el vuelo. Esa música funesta la sacudía de un lado a otro, sin piedad, como si fuese una barca atrapada en medio de una tormenta agonizante. Se desliza entre miradas tensas, se pierde, se encuentra y vuelve a perderse por una milésima de segundo, una milésima de segundo en otro mundo. Quiere escapar, abandonar, y a la vez seguir. Pero la cuestión es otra, la cuestión es que ella juega para ganar. Baila y sigue bailando, entregándose a todos y a la vez a nadie. No espera aplausos, no espera fama, no espera nada de nadie. Es libre de perjuicios pero perversa al mismo tiempo. Ella es libre, y libre otra vez.
Y se hace el silencio...
Y los aplausos rompieron el silencio.
Muy bien escrito, precioso :)
ResponderEliminarMuchas gracias Edgar.
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