El crepúsculo poco a poco reinaba en esta fábula al borde del filo de la irrealidad y, poco a poco, amor. Entonces él se dejó llevar por la brisa perfumada y no tardó en encontrar una razón para convertirse en el náufrago de la mirada de ella.
Derepente, él, aquel hombre que ya no era dueño de su destino sintió como las olas le seducían y esas mismas olas, esas traidoras, le arrastraban a la altamar. Aquellas aguas tormentosas que le sumergían en un rebelde torbellino de tentaciones, una tortura para sus emociones. Entonces él, sintió como se ahogaba en el juego más peligroso de este mundo, el amor, un juego donde gana el menos vulnerable a sus propios sentimientos. Sin embargo, la suerte ya estaba echada y la victoria otorgada a su amada, la más bella sirena de este letal delirio. De pronto, él sintió la cálida mano, la cálida mano de ella, la mano de un ángel que vino a él para comunicar la liberación de sus sufrimientos y, un beso, un beso rescató a aquél náufrago perdido de la tempestad que se había apoderado de su alma, su alma salada y de su corazón, su corazón desgastado por la furia del amor.
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